¿Alguna vez alguien te ha visto tan claro como tu nunca te viste?
Alguien que ahora sólo topas con mucha suerte en la parada del autobús, le ves igual que siempre y le saludas porque obviamente no habría forma de que el otro se negara a la presencia del otro siendo tan sincronizados. Mientras puedes y mientras van, las conversaciones salen solas y ambos se ríen porque ambos entienden exactamente el mismo chiste a la perfección, un chiste y miles más. Son dos gotas de lavanda, comparten más que sólo gustos.
Entonces al irse, al separarse de nuevo y continuar con sus propias vidas, nada vuelve a ser igual, o al menos lo aceptas demasiado tarde. Nadie más podía entenderte como esa persona, nadie podía saber con exactitud qué hacer cuando te perdías, te encontraba con facilidad y te recordaba lo fácil que es conocerte y comprenderte. Y tú también, le conocías a detalle. Alguien con quien no pudo ser nunca lo que hubiera sido la mejor de las ideas, porque de todas las cosas que ambos conocían del otro la que menos sabían era la más importante, porque para ambos el lazo que los unía era valioso, tanto para no arriesgarse y comprometerlo. Una conexión que se trabajó con tiempo y brillaba tanto, algo sumamente importante.
¿Tienes idea de porqué ese lazo irreemplazable se rompió hace tiempo o lo hará?
Fuente: https://bit.ly/2H0REa6 |
A veces pienso que el sobreproteger un lazo teniendo todos las condiciones perfectas no permite que esa unión llegara a su crecimiento pico, le asfixiamos por miedo, por la incertidumbre de si ha llegado a su punto máximo, a su límite. Protegemos algo que finalmente acabará si no hacemos algo, si no perdemos el miedo a sacrificarnos un poco por saber la verdad, por al menos intentar. Porque no existe la ruina después de la verdad, sólo la verdad y quizá el florecimiento del lazo que los une. Y otra verdad rotunda es que no siempre encuentras a alguien igual en la vida otra vez, tal cómo una estrella fugaz durante el día.